El resultado de las elecciones en Venezuela es multifuncional. Sirve a todos los contendientes. Se trata de resultados esperados pero sorprendieron porque abren diversos escenarios de interpretación.
A partir del mismo resultado se lee que Maduro fue reelecto con 68% de los votos, que la abstención superó el 50% –cuando las últimas cinco presidenciales apenas pasaba el 20%–, y que el candidato opositor –con apenas 21%– no reconocerá los resultados y seguirá liderando la oposición electoral. Es, pues, un resultado que parece gustar a todos.
La primera lectura, la que muestra amplia ventaja de Maduro –más de 45 puntos sobre su contendiente–, es perfecta para él, para volver a ganar, para mantener el poder y tener un nuevo argumento de legitimación: «Hubo elecciones y las gané con 68%» . La abstención no tiene basamentos legales. Es tan solo una categoría analítica. Los desconocimientos de actores externos e internos son parte de la cotidianidad del gobierno, nada excepcional que lo amilane con facilidad.
La segunda lectura –que refiere al 52% de abstención– favorece a la oposición radical. Ese porcentaje tan elevado en unas presidenciales será capitalizado especialmente por sus aliados internacionales. Aunque no sea algo influenciado únicamente por ella, implicará más presión para la ejecución de un plan de intervención, embargo o bloqueo a Venezuela.
La tercera lectura exhibe el 21% de apoyo a Henri Falcón. El candidato opositor desconoce los resultados pero podrá sobrevivir como líder de oposición electoral, aunque haya tenido un porcentaje tan magro.
Como se ve, se trata de un resultado hecho a la medida de los tres actores más importantes de la contienda, lo que deja bien parado al Consejo Nacional Electoral.
El trabajo de la maquinaria oficial es el esperado. En líneas generales, puede calificarse como muy limitado pero, al mismo tiempo, como suficiente. De hecho, logró el número de votos básicos para ganar en escenarios disímiles al resto de campañas presidenciales. Para estas sacaron 5 millones 800 mil, cuando la oposición sacó en las legislativas de 2015, 7 millones 700 mil votos. De repetir el esquema electoral de ese año y mantenerse unida como lo había logrado durante todas las presidenciales anteriores, la oposición no hubiera podido perder. Para Henri Falcón esto es una tragedia, pero para la oposición radical no lo es dado que decidió no participar en la institucionalidad actual y buscar otros escenarios.
El abstencionismo como política
Explicar el resultado de este 20 de mayo implica necesariamente conocer las jugadas que llevaron a la oposición a situarse fuera del escenario electoral y apostar por una política abstencionista.
Durante la mañana y la tarde de ayer, los centros electorales de las urbanizaciones, parroquias y municipios históricamente de oposición estuvieron vacíos. Sucedió que el voto opositor duro no salió a votar. Y eso era exactamente lo que se esperaba. Mientras tanto, los sectores populares demostraron una mayor participación, dado que allí actuó la maquinaria electoral del oficialismo.
Para entender por qué la oposición no participó, habría que analizar lo que ocurrió desde que arrasó en las legislativas de 2015 y decidió un camino que terminó sobrevalorando tal resultado.
A comienzos de 2016, la oposición –en medio de un ambiente de victoria inédita frente al chavismo– comenzó a presionar por salidas rápidas. El presidente de la Asamblea Nacional, Henry Ramos Allup, declaró que su idea era «sacar a Maduro en menos de 6 meses» . Esto encendió las alarmas en el gobierno y empezó a bloquear las iniciativas legislativas.
La oposición prefirió pisar el acelerador. El 9 de enero de 2017, la nueva directiva de la Asamblea Nacional –presidida entonces por Julio Borges– declaró la falta absoluta del presidente de la República y su abandono del cargo.
EL Tribunal Superior de Justicia (TSJ) había declarado en «desacato» a la Asamblea Nacional, y a partir de allí comenzó una pugna institucional que explotó durante el segundo trimestre de 2017 con violencia de calle –llamada «guarimba» – como protagonista, y con el liderazgo político opositor haciendo llamados a manifestaciones. Henrique Capriles –principal líder opositor– fue inhabilitado por la Contraloría General para cargos de elección. Esto lo condujo a mantenerse al margen de una estrategia política-electoral y lo confinó a incorporarse a los actores que promovían manifestaciones de calle.
Hasta allí llegó la victoriosa estrategia de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) en 2015.
Maduro reloaded
Después de las mencionadas legislativas de 2015, la crisis económica se agudizó rápidamente y hubo desajustes institucionales que hicieron ver al gobierno muy debilitado. El mundo percibió al gobierno de Venezuela en franco deterioro económico y político. Parecía que estaba a punto de caer.
No obstante, Maduro emprendió una estrategia en alianza con los militares. El modo de institucionalidad levantada durante el gobierno de Chávez y el suyo propio, se fortaleció. El gobierno y los militares se cerraron con fortaleza ante las declaraciones de la oposición y sus aliados internacionales, quienes subían el volumen de su tono.
La respuesta a este levantamiento de calle de 2017 fue diseñado por Maduro a través de la creación de la Asamblea Nacional Constituyente (ANC). Con esta estrategia logró descolocar a la MUD, a tal punto que no supo responder ante el llamado de elecciones de gobernaciones en septiembre de 2017. Tampoco supo hacerlo para el caso de las alcaldías en diciembre de 2017 y, por supuesto, tampoco para las actuales elecciones presidenciales.
En 2017, la ANC declaró improcedente el triunfo del opositor Juan Carlos Guanipa, por no haberse juramentado en su seno, mientras los otros cuatro gobernadores de oposición sí lo hicieron. Las diferentes tendencias de la oposición tuvieron respuestas disímiles y prefiguraron diversas vías de acción. Estos caminos disímiles disolvieron el escenario electoral que podría haberles dado un triunfo decisivo.
Aunque pueda parecer debilitado por la alta abstención, el resultado parece suficiente para los planes de Maduro. Hace tres días, la BBC tituló un artículo: «Maduro ha mostrado ser un político más astuto de lo que muchos pensaban». Ciertamente, muchos actores en el mundo van a entender tarde que la situación en Venezuela es más compleja que las informaciones que giran contra Maduro y sobre la situación en Venezuela. O, al menos, comprenderán que hay factores de poder que habría que tomar en cuenta, como a la oposición y sus procesos internos, lo mismo que a la hegemonía chavista dentro de las Fuerzas Armadas.
Con el resultado de la alta abstención, la oposición radical tiene más razones para esperar un «día D», parecido al de Panamá en 1989. Mientras tanto, el gobierno ha logrado un nivel de atornillamiento que después de este evento está más cerca de procesos de «perpetuación atemporal», como en Cuba y México. En ambos casos, los partidos de gobierno han tenido la hegemonía total. En el caso de Cuba desde el año 1959, y en el del Partido Revolucionario Institucional de México desde 1929, con un breve intersticio de 4 años.
La situación venezolana es compleja. Las posiciones en pugna son muchas. Y ayer se han hecho evidentes.