El MAS, en el poder en La Paz desde 2006, reconfiguró Bolivia con profundas transformaciones socioculturales. Gracias a un manejo cuidadoso de la macroeconomía, altos índices de crecimiento, un nivel de reservas récord y mejoras en los índices de pobreza y desigualdad logró desarticular la oposición liberal-conservadora.
Primero dijeron ‘este indio no dura más de seis meses’ ; ahora dicen ‘este indio se quiere quedar 50 años en el poder’”. Evo Morales suele resumir así la situación política boliviana, la visión que parte de las viejas elites tienen sobre él y las transformaciones en las relaciones de fuerza políticas operadas en los últimos siete años, desde que fuera elegido con un 54% de los votos y asumiera el 22 de enero de 2006 como el primer presidente indígena de Bolivia.
Mucha agua pasó bajo el puente desde entonces. Y a fuerza de elecciones y referendos, una nueva Constitución “refundacional” y varias nacionalizaciones (la última, de empresas eléctricas de capital español), el presidente boliviano se fue consolidando en el poder y logró enfrentar con éxito la reacción de las elites autonomistas afincadas en el Oriente, sostenido por una coalición social urbana-rural inédita desde la Revolución Nacional de 1952.
“Economía sólida”
“Bolivia retornó a los mercados mundiales de capital, después de casi un siglo, al colocar bonos soberanos a 10 años por 500 millones de dólares, en una operación que mostró la confianza de los inversionistas en el país más pobre de Sudamérica” [1]. Esta información, por sí sola, da cuenta de las dificultades para encasillar al modelo boliviano en una suerte de eje “anticapitalista” y “antimoderno” radical [2]. La confianza que resalta el artículo citado refiere a la promisoria tasa de interés conseguida por el gobierno boliviano para el bono colocado por el Bank of America Merrill Lynch y Goldman Sachs : 4,8% anual. Por otra parte, las agencias calificadoras de crédito han subido este año las notas de Bolivia, citando sus sólidas reservas, capacidad de manejo de deuda y bajo o nulo déficit fiscal [3].
Evo Morales experimentó con muchas cosas –especialmente con el diseño institucional del país– en estos últimos siete años, pero no se apartó de una política macroeconómica cuidadosa de los equilibrios fiscales y mantuvo el mismo ministro de Economía desde 2006. Luis Arce Catacora, un técnico moderado tanto en sus políticas como en su estilo personal, es hasta ahora uno de los intocables junto al canciller David Choquehuanca. “La operación muestra que los inversionistas no se fijan en la retórica, se fijan en las cifras macroeconómicas”, analizó Horst Grebe, director del Instituto Prisma [4]. En ese tipo de comentarios suele haber una cuota de “razón irónica” : al final el anticapitalismo de Evo sería puro cuento pour épater le bourgeois. Pero ello abre paso a un reconocimiento implícito de que los fantasmas sobre violaciones de la seguridad jurídica y otras críticas iniciales habrían sido exagerados. Al fin de cuentas, el propio FMI aplaudió en uno de sus últimos informes “el sólido desempeño económico” boliviano. Y Morales no deja pasar una oportunidad para reivindicar con orgullo estas cifras y remarcar que logró lo que los neoliberales no pudieron. La mezcla del trauma de la hiperinflación de los 80 y una psicología personal (campesina) aversa al endeudamiento, quizás explique parte de esta cosmovisión económica, alejada de ciertas imágenes estereotipadas del líder cocalero y de los indígenas en general.
Si en los años 90 y a principios de la década del 2000 los gobiernos bolivianos hacían maravillas para pagar los aguinaldos con sus tesoros raquíticos por la coyuntura internacional y las políticas neoliberales en el ámbito interno, Morales ha visto duplicarse el PIB durante su gestión –de 11.500 a 24.600 millones de dólares–, junto a un salto en el PIB per cápita de 1.200 a 2.200 dólares [5]. Aun más : las reservas internacionales –una variable que da cuenta, sin duda, de la prudencia fiscal– llegaron a niveles récord en la historia boliviana : 13.000 millones de dólares. La inflación es menor al 5% y, en un país bimonetario como Bolivia, la “bolivianización” de los depósitos bancarios alcanzó un récord del 69% debido a la mejora de la expectativa de los ahorristas sobre la moneda local [6].
Morales dejó en claro en muchas oportunidades su imaginario modernizador, como cuando dijo : “Quiero que los campesinos hablen en celular a sus parientes en España o Argentina mientras pastorean sus llamas”, y extendió la cobertura de la telefonía celular a todo el país. No obstante, la imagen más emblemática de la apuesta de Morales por mostrar “grandes saltos” en el plano de las comunicaciones es la decisión de encargar a China la construcción del satélite Túpac Katari a un precio de 300 millones de dólares. Ya han concurrido 64 becados a la Academia China del Espacio a capacitarse en el manejo del satélite y con el sueño de poder controlarlo desde la Agencia Boliviana Espacial, creada en 2010. Además, para renovar su seducción sobre los paceños con grandes obras, Morales ya anunció la construcción de un teleférico de transporte público entre La Paz y la ciudad de El Alto, un conglomerado urbano indígena popular de un millón de habitantes vecino a la sede de gobierno.
En paralelo, las políticas sociales sumadas al contexto macroeconómico favorable, que ha reducido el desempleo, han redundado en mejoras en los índices de pobreza y desigualdad. Entre 2005 y 2010, la pobreza nacional bajó de 60,6% a 49,9% y la pobreza extrema de 38,2% a 28,4%. Esto ocurrió en el marco de un crecimiento notable de la inversión pública, que se triplicó en los últimos años [7].
Elites emergentes
Más allá de que estos datos muestran avances y dejan ver los enormes desafíos pendientes, quizás un indicador de los cambios sean las quejas que por estos tiempos suelen escucharse en la coqueta zona sur de La Paz respecto a la escasez de empleadas domésticas cama adentro. Algunas de estas mujeres, migrantes del campo, prefieren trabajar hoy en la construcción, que vive un boom en las grandes ciudades bolivianas. Por la zona sur paceña hace tiempo pueden escucharse, además, una serie de comentarios sobre vecinos acomodados que venden sus casas a “cholos” económicamente en ascenso que les hacen ofertas irresistibles. Aunque hay mucho de mito urbano en la forma en que estos chismes circulan y se agrandan, el ascenso social que desde hace años viven los sectores comerciales aymaras es una evidencia a toda prueba. Puede tomar o no la forma de una “chola” comprando una casa y pagándola en efectivo con los fajos de dólares que saca de la valija, como lo retrata el film Zona Sur (Juan Carlos Valdivia, 2009), pero sin duda el ascenso social de una protoburguesía comercial aymara es fuente de profundas transformaciones socioculturales.
La versatilidad de estos grupos étnico-sociales para funcionar en el mundo global –como demuestran sus relaciones con China– queda bien graficada con la historia de Mercedes Quispe. Los jueves y domingos esta comerciante aymara vende autos usados –que importa de la zona franca de Iquique, donde los compra a revendedores paquistaníes– en la feria 16 de Julio de El Alto ; el resto de la semana comercializa teléfonos celulares al por mayor –importados por su hermano de China– en pequeños pueblos del norte y este de Bolivia [8]. Hoy muchos hijos de comerciantes aymaras estudian en universidades privadas de buen nivel, como la Católica en La Paz, e incluso algunos van a aprender chino mandarín a un instituto ubicado en el Prado paceño. Es más, en medio de las discusiones sobre la reforma educativa, un grupo de comerciantes demandó que el idioma asiático fuera incluido en la currícula escolar [9]. “Hay un proceso de movilidad social impresionante producto de la combinación del boom económico y de los cambios políticos. Estos sectores actúan crecientemente como una nueva elite”, dijo a el Dipló Andrés Torrez, ex secretario ejecutivo de la Confederación de Empresarios Privados de Bolivia.
Es evidente, empero, que pese a estos buenos resultados, la economía boliviana sigue dependiendo de las materias primas, especialmente del gas y de la minería. Si en Venezuela Hugo Chávez habló de “un socialismo petrolero muy diferente del que imaginó Marx” [10], en Bolivia se podría hablar de un socialismo gasífero o, en términos de Fernando Molina, de un nacionalismo arqueológico rentista [11] con una enorme capacidad de interpelación política. Desde la Colonia, las entrañas de Bolivia están llenas de esos metales del diablo sobre los que escribió el célebre escritor nacionalista Augusto Céspedes, a los que ahora se suma el litio como el nuevo Eldorado del bienestar y el desarrollo nacional. Por otro lado, estos sectores emergentes tienen una posición ambivalente respecto al Estado : apoyan su “cara buena” (Estado providencia) pero rechazan su “cara antipática” : Estado regulador-recaudador.
“Tensiones creativas”
En los últimos años, el mapa político se ha reconfigurado radicalmente. El poder de la llamada Medialuna Autonomista quedó seriamente debilitado tras los frustrados intentos de desestabilizar al gobierno central en 2008 y la posterior destitución o suspensión de los gobernadores de Pando, Beni y Tarija. El primero, Leopoldo Fernández, está preso en La Paz acusado por la masacre de campesinos del Porvenir en septiembre de 2008, y Mario Cossío, de Tarija, está autoexiliado en Paraguay, acusado de corrupción. En el caso de Beni la situación es algo distinta : el renunciante Ernesto Suárez logró la elección de su candidato, el político y jurista Carmelo Lens Fredericksen, el 20 de enero pasado, revirtiendo en parte el retroceso de la derecha en el Oriente boliviano.
El “efecto celebrity” de la candidata del MAS, la ex Miss Bolivia Jessica Jordan, y las políticas estatales destinadas a “construir el Estado” en la Amazonía no han podido vencer a la candidatura única de la derecha en Beni. Pero han logrado consolidar una base oficialista del 40% en una zona ganadera históricamente hostil a la izquierda y al indigenismo. El triunfo de Lens le da algo de aire al gobernador de Santa Cruz, Rubén Costas, que venía resistiendo en solitario, aunque por el momento está lejos de cambiar el mapa político nacional. Al mismo tiempo, el gobierno se ha acercado pragmáticamente al empresariado cruceño, que incluso participó con delegados en reuniones como el “Encuentro plurinacional para fortalecer el cambio” de diciembre de 2011, junto a movimientos sociales oficialistas.
En este contexto, se han ido configurando otro tipo de oposiciones, surgidas de las propias entrañas del oficialismo o de sus aliados. Es el caso de los ex viceministros Alejandro Almaraz –de Tierras–, o Raúl Prada –de Planificación Estratégica–. Pese a que el intento de poner en pie una Coordinadora plurinacional de reconducción del proceso de cambio no prosperó, estos ex funcionarios expresan a quienes se sienten decepcionados por la evolución del gobierno hacia posiciones más claramente neodesarrollistas y nacional-populistas. Aunque esa deriva parecía inscripta desde el comienzo, estos sectores críticos pensaron al gobierno como un territorio en disputa, en el que bregaron por imponer un programa que tomara más en serio el carácter plurinacional del nuevo Estado.
Pero esas ilusiones quedaron sepultadas con la decisión oficial de avanzar contra viento y marea en el trazado de la carretera por el Territorio Indígena-Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), que busca unir a Cochabamba con la Amazonía boliviana, en un país que históricamente se caracterizó por su desintegración territorial. Allí chocaron los argumentos de geopolítica interna –expuestos por el vicepresidente Álvaro García Linera [12]– con las visiones ecoindigenistas de quienes quieren evitar que una ruta parta en dos esa aislada región de Bolivia, declarada parque nacional en los años 60 y territorio indígena en los 90. La reciente consulta a los indígenas no resolvió el conflicto : si para el gobierno éstos avalaron la carretera en contra de dirigentes “manipulados por la derecha y los grupos de poder del Oriente boliviano”, para los opositores la consulta fue desnaturalizada por las autoridades, mediante operaciones de clientelismo político e incluyendo a comunidades que no debían votar [13]. En síntesis : mientras el vicepresidente lee las ambivalencias entre desarrollismo y ecoindigenismo plurinacional como “tensiones creativas” [14] y considera que los críticos no son más que “resentidos” y “roussonianos” que romantizan a los indígenas, estos últimos acusan al gobierno de apartarse de la ruta inicial.
En paralelo, otra “nueva” oposición disputa espacio político : se trata del Movimiento Sin Miedo (MSM), liderado por el ex alcalde de La Paz Juan del Granado [15]. Con un programa de centroizquierda, el MSM critica las derivas autoritarias del gobierno, su desapego a las reglas institucionales y su escasa voluntad para aplicar la nueva Constitución, particularmente las autonomías regionales e indígenas, que contrarían la cara centralista-jacobina que presenta el “evismo”. Proveniente de la izquierda de los 80, Del Granado puede mostrar una gestión exitosa del gobierno municipal ; el propio Morales dijo cuando eran aliados que había que “clonar” al entonces alcalde paceño. “Juan sin miedo” fue, además, el artífice –como abogado– de la histórica condena de 30 años contra el narcodictador Luis García Meza, que sigue cumpliendo su sentencia en una cárcel de El Alto. Aunque aún debe construir una fuerza nacional, Del Granado es percibido como la amenaza más seria para Morales, que suele acusar de “neoliberal” a su ex aliado.
Con una oposición liberal-conservadora debilitada, una emergente pero aún débil oposición de izquierda moderada, el mapa político se completa con el sector nacionalista radical sin expresión político-partidaria, en el que suma fuerza el ex ministro Andrés Soliz Rada, que acusa al gobierno de haber abandonado las banderas nacional-desarrollistas para ceder ante los cantos de sirena del pachamamismo multiculturalista –atizado por las ONG– para debilitar el Estado nacional, reemplazándolo por uno plurinacional, y erosionar la ya débil soberanía nacional, especialmente frente a los intereses del “subimperialismo” brasileño [16].
500 años
Evo Morales sueña con ser reelecto a fines de 2014. Aunque la nueva Constitución incluyó un artículo transitorio que establece que el primer mandato sí cuenta y que el presidente sólo tiene una reelección, el gobierno encontró un argumento que logró sorprender a la propia oposición : que el primer mandato contaba si era completo, pero al convocar Morales a elecciones anticipadas en 2009 –para poner en vigencia la nueva Carta Magna– ese período quedó truncado. Para García Linera se trató de una hábil “estrategia militar envolvente” (porque la política es la guerra por otros medios) desplegada por el oficialismo para bloquear las aspiraciones de la derecha de impedir una nueva reelección de Morales en 2014.
Así, el presidente boliviano busca volver a ganar en las urnas. Fueron las urnas las que destrabaron el “empate catastrófico” con el Oriente autonomista (con su ratificación con el 67% en el referéndum de 2008) y fueron las urnas las que consolidaron su hegemonía política e institucional con su reelección con el 64% en 2009, en unos comicios en los que consiguió, además, los dos tercios del Congreso. “[Los indígenas] vinimos para quedarnos 500 años”, repite el aún jefe de las Federaciones de Campesinos Cocaleros del Trópico Boliviano. La oposición se entusiasma con que el desgaste de la gestión y del relato gubernamental le habilite nuevas oportunidades.