La sociedad cubana ha experimentado en las últimas décadas cambios sustanciales. La conformación de un paradigma de economía mixta, así como las reformas económicas implementadas desde el 2009 que legitimaron la existencia del sector privado, representaron un giro radical en el panorama económico-social de la isla en comparación al inmovilismo de los años anteriores. [1]
Estas dinámicas no han estado limitadas a aspectos económico-estructurales : a ellas está vinculada la emergencia de nuevos imaginarios y formas de pensar colectivamente el destino nacional. De manera progresiva, han ido emergiendo zonas de mayor fluidez y participación ciudadana, con todos los retos e irregularidades que esto implica en un contexto tan complejo como el cubano.
Uno de estos nuevos imaginarios ha sido el debate sobre sociedad civil, nacido en el ámbito académico y periodístico de los 90s cubanos, a raíz del colapso de la Unión Soviética y la progresiva desaparición del bloque socialista (Recio 1998). En aquel momento, la indagación sobre la sociedad civil ocupaba un lugar prominente en los países de la Europa del Este, volcados como estaban en la recomposición de sus tejidos sociales. No es de extrañar que en Cuba, cuya estabilidad económica dependía del apego al modelo soviético, la intelectualidad enfocara su mirada en estos temas con más o menos desconfianza, en un contexto geopolítico signado por el recrudecimiento del embargo por parte de los Estados Unidos.
Se publicaría en el candente agosto de 1993 un trabajo como “Mirar a Cuba”, en el cual su autor, Rafael Hernández, reflexionaría entonces sobre el rol de la intelectual y la sociedad civil en el contexto de la política y la ideología. Otros artículos representativos del alto nivel de estos debates serían “Aproximación a las ONGs cubanas” (1996) [2] . Estos autores, entre otros, intentaban articular una visión informada, contextualizada y desprejuiciada sobre el tema sociedad civil en el contexto cubano. [3]
Otros, por el contrario, rechazarían tajante e inequívocamente el uso del término dada su concomitancia con ideologías neoliberales. Así queda reflejado en el artículo de 1996 ¿Sociedad civil o gato por liebre ?, de Raúl Valdés Vivó, en el que el autor arremetía contra el término puesto que es “empleado por los imperialistas para hacer planteamientos positivos”, fustigando también a las ONGs, por ser “expresión de la sociedad civil” tal como era concebida por los aquellos.
El debate en torno a la toma de posición ante el término “sociedad civil” quedaría relegado a un período de relativo silencio a partir de la incipiente recuperación de la economía cubana en la segunda mitad de los 90s (Recio ; Rethinking Cuban Civil Society, Alfonso). Renacería después en el siglo XXI, con la vinculación de Cuba a procesos regionales como la creación del ALBA (2004). Sucesos como estos, indirectamente, “invitarían” al estamento oficial cubano a una revisión y adopción de la terminología. Tal proceso llega a su punto crítico en el 2015, cuando el gobierno debe enviar una delegación de la sociedad civil cubana a la Cumbre de las Américas, teniendo por tanto, que redefinir lo que entendía por ello. [4]
Ni la maduración de la sociedad civil, ni la emergencia de un discurso sobre el tema han sido procesos desprovistos de cambios y contradicciones en Cuba. Ambas instancias han estado signadas por momentos de rechazo y aceptación ; desencuentros y encuentros ; exclusión e inclusión ; desvíos y aproximaciones ; autoritarismo y pluralismo.
Este trabajo explorará algunas de estas sinuosidades, prestando atención a uno de los temas, creemos, de mayor importancia : la autonomía. Llamaré la atención desde ahora acerca de la existencia de una sociedad civil cubana que está articulando novedosas agendas, lejos de las tradicionales distinciones binarias (sociedad civil opositora versus estado). Aclaramos desde aquí que, aunque reconocemos que los grupos disidentes son parte integradora de la sociedad civil cubana, nuestro trabajo no se enfocará en ellos, sino en aquellas zonas intersticiales a menudo obviadas por la academia y por otros análisis.
I. Sociedad civil, autonomía y contexto geopolítico
Las referencias al tema sociedad civil-autonomía/interdependencia no estuvieron ausentes del mencionado debate teórico de los años 90s en Cuba En “Sociedad civil y hegemonía”, Acanda analiza el tema de la autonomía a partir de una lectura gramsciana. Para Gramsci, el poder, en su empeño de justificar su estatus coercitivo, recurre a la legitimación de sus patrimonios de coacción a través de su interrelación con instituciones que justifiquen y legitimen sus mecanismos de control. Dichas instituciones de la sociedad civil (la Iglesia, la familia, la cultura, etc.), son parte de esta especie de consenso tácito a través del cual el poder se establece, no ya como imposición, sino de forma natural, cuasi religiosa (Acanda en referencia a Gramsci, 91).
Es en este espacio de consenso (inconsciente, involuntario, incontrolado) de las instituciones de la sociedad civil, donde el poder articula su hegemonía. Que estas sean totalmente autónomas puede percibirse, por tanto, como una ilusión, pues de ellas se vale el poder para instituirse y lograr su hegemonía. Dentro de esta lógica, el Estado no es sólo un cuerpo jurídico, sino la sumatoria de las relaciones orgánicas entre sociedad política y sociedad civil (Acanda en referencia a Gramsci, 91). “Es esta acepción amplia de la política y del poder como dominación —arguye— lo que nos permite escapar de un modo de sociedad como agregado de esferas separadas y bien diferenciables entre sí” (Acanda 89). [5]
Añade Acanda que los sectores verdaderamente resistentes, contestatarios y emancipadores son los conformadores de una sociedad civil socialista interdependiente (y no autónoma) :
La nueva hegemonía liberadora tiene como objetivo potenciar una sociedad civil que sea escenario de acción creadora de los sujetos que la componen. Sujetos de la revolución, sujetos que son congruentes entre sí, y que son capaces de rebasar imprescindibles conflictualidades porque son todos ellos, no meros portadores sino coautores de un proyecto liberador al cual no pueden renunciar (…) ; proyecto que someten a constantes restructuraciones, en la medida en que las circunstancias internas y externas se transforman. (Acanda 91-92)
De acuerdo con esta visión basada en la imposibilidad e inefectividad —ya sea descriptiva o prescriptiva— de concebir una sociedad civil totalmente autónoma, independiente y supeditada a un Estado hegemónico, la sociedad civil cubana socialista, interdependiente de un Estado del cual es parte, encarnaría acaso este paradigma transformativo. Los individuos, parte de instituciones interdependientes, desde adentro, retan, cuestionan, desafían los momentos hegemónicos de ese Estado, más allá de la ilusión de una supuesta autonomía.
Si damos un salto al plano de la realidad política concreta que rodea los debates sobre el tema (desde los 90s hasta la actualidad), y revisamos los modelos de sociedad civil que se presentan como “ideales” por los gobiernos respectivos de Estados Unidos y de Cuba, llama la atención :
1. La visión binaria y dicotómica promovida por el gobierno de los Estados Unidos (la sociedad civil debe ser independiente para que sea legítima [6] ) ;
2. La visión unitaria y exclusivista del gobierno cubano (la sociedad civil está conformada mayormente por las organizaciones de masa revolucionarias vinculadas directamente con el poder político, y por las organizaciones no-gubernamentales que no existan en una posición de conflictividad con el estado. Ambos modelos parecen dejar fuera la riqueza de un sector intersticial conformado por una sociedad civil para la cual no son condicionantes : ni la autonomía y/ u oposición al gobierno cubano, ni la adscripción tácita a la versión de sociedad civil promulgada por éste (que enfatiza actitudes de incondicionalidad y lealtad a un modelo político inescrutable y monolítico).
Por ejemplo, el 2 de marzo de 2014, Antony J. Blinken, secretario de Estado adjunto del Departamento de Estado de Estados Unidos expresa en una Declaración Nacional en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU en Ginebra :
En unas semanas el presidente Obama realizará una visita histórica a Cuba y destacará que sería mejor para el pueblo cubano que existiera un ámbito donde la gente se sienta libre de escoger sus partidos políticos y sus líderes, expresar sus ideas, y donde la sociedad civil sea independiente y se le permita prosperar.” (Blinken, énfasis mío)
En efecto, si revisamos los documentos en los que el Departamento de Estado justifica cada año el presupuesto destinado a transferir fondos para la promoción de modelos democráticos para Cuba, vemos como en dicha narrativa subyace el ideal de una sociedad civil autonómica.
En contraste con este modelo promovido por el Departamento de Estado norteamericano, la oficialidad cubana aboga por una sociedad civil cubana socialista, compuesta por organizaciones mayormente afiliadas al Estado, aunque hay que destacar que también consideran a las organizaciones no gubernamentales como parte de la misma, siempre que estas últimas mantengan una posición de lealtad y respeto al modelo revolucionario.
Así quedó establecido desde 1996 en el V Pleno del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, donde se afirmó que la sociedad civil cubana está compuesta por :
[…] nuestras potentes organizaciones de masas (CTC, CDR, FMC, ANAP, FEU, FEEM e incluso los pioneros), las sociales, que como es sabido agrupan entre otros a los combatientes de la Revolución, a economistas, juristas, periodistas, artistas y escritores, etc., así como otras ONGs que actúan dentro de la legalidad y no pretenden socavar el sistema económico, político y social libremente escogido por nuestro pueblo, a la vez que aun cuando tienen su personalidad propia e incluso su lenguaje específico, junto al Estado revolucionario persiguen el objetivo común de construir el socialismo. (Resolución)
Veinte años después, en el Foro de la Sociedad Civil Cubana Pensando Américas, que sirve como preámbulo preparativo a la delegación cubana que participaría en la Cumbre de Panamá, Abel Prieto reiteraría que “nuestra sociedad civil está formada por organizaciones revolucionarias” y que “no se puede confundir lo no estatal con lo contrarrevolucionario” (Prieto citado por autores varios, Juventud Rebelde).
Esta versión oficial de sociedad civil, si bien representa un paso de avance en cuanto la expansión de un modelo de mayor pluralismo al establecer un espacio de aceptación hacia lo “no-estatal” como componente de ella, en la práctica, no incluye zonas no estatales las cuales, sin necesariamente ser ONGs, han ido logrado articularse como espacios legítimos de representatividad y discusión social.
Nuevos imaginarios para la sociedad civil cubana ; nuevos retos y tensiones
Si regresamos a la lectura gramsciana de Acanda en el contexto de los 90 cubanos, encontramos validez en el criterio de que una visión de sociedad civil enteramente autónoma es, cuanto menos, inoperante. En este sentido, no hay una contradicción entre la posición ostentada por el gobierno cubano y la visión de Acanda, en cuanto a la ponderación del principio de interdependencia, y el cuestionamiento de la operatividad y aún, posibilidad de existencia, de una sociedad civil totalmente autónoma. Sí lo hay, en cambio, en cuanto al foco de interés en los fines que tal sociedad civil interdependiente debe perseguir. De acuerdo con lo establecido por el Comité Central en 1996, el objetivo es construir una sociedad socialista. Para Acanda, por el contrario, el foco no está tanto en la construcción de un modelo sino en la capacidad de esta sociedad de cuestionar los comportamientos hegemónicos de un poder del cual es parte.
Se trata de un fenómeno que, más allá de teorizaciones, existe ya en la práctica. El cuestionamiento de posiciones autoritaristas desde posiciones de interdependencia (es decir, por parte de entidades no necesariamente autónomas con respecto al estado), se viene produciendo ya de manera consistente por años, lo cual explica que la cubana se haya convertido ineludiblemente, en una sociedad más plural, en cuanto a sus formas organizativas y capacidad de debatir ideas dentro de esferas públicas cada vez más diversas. A ello se refiere Ailynn Torres, cuando expresa :
Existen otras esferas públicas (…) en las cuales se desarrollan procesos deliberativos de importancia sobre temas de distinta índole y alcance. Ellas están conformadas por actores sociales plurales, más o menos visibles -“destacados”- y con mayores o menores posibilidades de incidencia. Ahí encontramos grupos articulados en torno a los derechos sociales y reproductivos, a las condiciones de subordinación racial y de género, a intereses medioambientales, a consumos culturales, al desarrollo del pensamiento crítico, etc. Dichos colectivos, a su interior, también son diversos y no pueden categorizarse rígidamente. Algunos de ellos pugnan por incluirse legítima y/o legalmente (…) dentro de las esferas públicas reconocidas por la institucionalidad oficial. Esos actores, en la Cuba contemporánea, recorren un amplio espectro, cada vez más parecido al de otras geografías, y apelan a adscripciones basadas en el reconocimiento cultural, en la demanda de redistribución económica y en la necesidad de representación política. (Torres, “Institucionalizar…”)
Se trata de comunidades de la esfera pública cubana, las cuales, con un carácter más o menos autónomo ; más o menos dependiente de la institucionalidad, articulan sus agendas desde la periferia buscando satisfacer demandas relegadas por la esfera pública oficial. Puede mencionarse por ejemplo el trabajo de la Red Observatorio Crítico que, aglutinando proyectos como la Cofradía de la Negritud, la Cátedra Haydee Santamaría y El Guardabosques, entre otros, debaten en el seno de estas asociaciones, problemas relativos al medio-ambiente, a cuestiones de género y raza, entre otros, desde posiciones anti-autoritarias y anti-capitalistas, con el objetivo de promover cambios tangibles. El Observatorio es un clásico ejemplo de las contradicciones de estos procesos : tuvieron en su inicio apoyo de la Brigada Hermanos Saíz, pero se sostienen en la actualidad autónomamente. Por otra parte, experimentan acoso policial por momentos, a la vez que la prensa oficial ha reconocido ocasionalmente su aporte a diversas esferas (lo cual es síntomatico, por cierto, de la complejidad de estos procesos).
Con más respaldo oficial han proliferado espacios públicos de opinión asociados a intuiciones culturales y académicas, donde se discurre abiertamente sobre temas de preocupación nacional. Tal es el caso de Último Jueves, auspiciado por la revista Temas, de Dialogar, Dialogar , promulgado por la Asociación Hermanos Saíz ; de La Kfetera, por la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, y de La Revuelta, del Centro Juan Marinello. [7]
Ahora bien, si bien es cierto que estos actores de la sociedad civil socialista cubana han ganado agencia en cuanto a la capacidad de visibilizar sus demandas, no cuentan necesariamente con una capacidad de operación efectiva en la consecución de las mismas. Existe, como generalidad, un desconecte entre su dimensión contestataria y su capacidad real de incidir sobre los comportamientos hegemónicos del poder. [8] El propio Raúl Garcés, decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, ha expresado :
Por las razones que sean, en nuestra sociedad nos quedamos con fragmentos de debates, atomizados, que ocurren en Último Jueves, en Catalejo, pero muchas veces no tienen la posibilidad de articularse entre ellos y adquirir un carácter masivo que involucre a la sociedad en un proceso deliberativo. (Garcés)
Mención aparte merece la emergencia de publicaciones digitales y en papel que, de manera independiente, abordan temas relativamente olvidados por la prensa oficial y van ocupando cada vez con mayor legitimidad el espacio público cubano. Periodismo de Barrio, por ejemplo, aboga “por la diversificación de las agendas mediáticas, políticas editoriales, enfoques, subjetividades, estilos, discursos y voces en los espacios públicos de comunicación.” Cuba Posible, por otra parte, se presenta como un “Laboratorio de Ideas” que gestiona una relación dinámica entre personas e instituciones, cubanas y extranjeras, con experiencias y cosmovisiones diversas ; en algunos casos muy identificadas con las aspiraciones martianas.” [9]
Estas son entidades no vinculadas al Estado que han logrado articular agendas de cuestionamiento al comportamiento hegemónico del poder. Carecen, es de notar, amparo legal hasta el momento.
Ninguno de estos grupos, autónomo o no, se declara opositor al gobierno- ni tan siquiera al proyecto socialista cubano. Tampoco reciben financiamiento del gobierno de los Estados Unidos, a diferencia de los grupos disidentes. Se proclaman en muchos casos afines al proyecto nacional y sobre todo, opuestos a las posturas injerencistas norteamericanas. Sus agendas, con mucho, presentan puntos coincidentes con las aspiraciones a un proyecto social antineoliberal, igualitario, e incluso, socialista. Su existencia, sin embargo, está sujeta al escrutinio y ataques por parte de sectores ortodoxos y extremistas del establecimiento cultural (aunque también ha ratos del aparato policial), quienes se resisten a dar espacio a formas de pensar a Cuba desde un modelo anti-totalitario, a pesar de que Cuba participa en dinámicas cada vez más globales y pluralistas. Su función, más que oponerse, es desenmascarar los comportamientos autoritarios del poder y exponer sus fallas, con el fin de promover cambios concretos que beneficien a la población, así actúen con relativa o total dependencia o independencia del mismo.
Por tanto, si bien el cuestionamiento a la separación dicotómica entre sociedad civil y Estado es necesario y aporta luces a una comprensión más profunda de la configuración de estas dinámicas, no es suficiente contentarnos con el imaginario triunfalista e incompleto de una sociedad civil socialista, supuestamente exitosa, conformada básicamente por las organizaciones vinculadas al Estado, o de una sociedad civil autónoma reducida a la oposición.
Quizás se impondría hablar, en lugar de la dicotomía tajante entre sociedad civil y Estado —como la que anhela el Departamento de Estado norteamericano al financiar grupos opositores—, o de supeditación incondicional de la sociedad civil a la línea ideológica favorecida por el Partido Comunista Cubano, —como lo hace el gobierno cubano—, de las porosidades que comunican lo autonómico y lo interdependiente en Cuba ; de las “entradas a” y “salidas de” zonas de autonomía de todo un sector de la sociedad civil cubana que busca potenciar nuevos imaginarios, sin necesariamente tener como premisas, una oposición frontal frente al estado.
Todo estudio sobre sociedad civil en Cuba debería prestar atención, por tanto, a aquellas zonas cuya legitimidad está validada no sólo por su posibilidad de articular agendas contestatarias y anti-autoritarias, sino por su determinación a tener un nivel de incidencia social a través de una praxis transformadora. Su emergencia, así como el reclamo por un espacio de agencia dentro de la esfera pública cubana actual, no es sino un reflejo de la complejidad de una sociedad que desafía, cuestiona, socava, deconstruye viejos paradigmas, pero también recicla, afirma y re-construye muchos de ellos sin hacer tabula rasa, redefiniendo escenarios que escapan a lógicas exclusivistas y maniqueas.