Más que en ninguna otra región
del continente Americano,
y de América Latina en
particular, los movimientos y
organizaciones sociales que
históricamente han enfrentado
al libre comercio y la
globalización neoliberal en el
Cono Sur se encuentran ante
el desafío que les impone el
complejo escenario de la integración
regional. A riesgo
de ser esquemático, considero
que son el ALBA, el Mercosur y la Unasur los tres procesos que interpelan de
forma directa la acción de los actores sociales
de esta parte del continente.
Esta geografía laberíntica que presenta la superposición
–pero no la contradicción– de los
procesos genera situaciones inéditas : ninguno
de los países del Mercosur forma parte de la
Alternativa Bolivariana para América Latina y
el Caribe (ALBA), sin embargo el movimiento
social que viene impulsando la mayor movilización
social a favor de este proceso, el Movimiento
de Trabajadores sin Tierra (MST), es
justamente de Brasil. A su vez Venezuela, el
motor del ALBA, aún aguarda la decisión de los
senadores paraguayos y brasileños para tornarse
miembro pleno del Mercosur. La Unión de
Naciones Suramericanas (UNASUR), una idea
que impulsara el presidente conservador Fernando
Enrique Cardoso del Brasil, fue luego
abrazada como propia por el presidente Lula
y su asesor dilecto Marco Aurélio García, y finalmente
por el gobierno de Evo Morales, la
expresión más cabal del cambio político en la
región. Por fin, pese a no identificarse con el
ALBA, países como Argentina, que recibiera un
salvataje millonario de Venezuela, Brasil que
comparte, por ejemplo iniciativas energéticas
como el proyecto de la refinería Abreu e Lima
en el estado de Pernambuco, o en Paraguay y
Uruguay donde se producen iniciativas binacionales
con Venezuela que perfectamente podrían
caer bajo la denominación “ALBA-TCP”,
y sin embargo ningún de los gobiernos del Mercosur
habla del ALBA, o ha hecho muestras de
querer sumarse al bloque siendo que tal acción
no sería de ninguna forma incompatible
con la normativa ni del Mercosur ni del ALBA.
Los conflictos se generan al interior de los bloques,
y no como dinámica competitiva entre
los mismos.
Este enmarañado cuadro, desde la visión de
los movimientos sociales se completa con el
fin de las negociaciones del ALCA (Área de Libre
Comercio de las Américas), en la Cumbre
de las Américas de Mar del Plata (noviembre
de 2005), que significó el fin, como todos sabemos,
de la lucha contra lo que era identificado
como la encarnación de las ansias imperialistas
de los Estados Unidos en América
Latina y el Caribe. Muerto el ALCA, los movimientos
sociales de la región se volvieron,
en lo que consideraron un viraje lógico, hacia
los escenarios y las iniciativas de integración
regional. Mientras en otras regiones la resistencia
continuó de forma muy activa contra
los tratados de libre comercio (TLCs) con los
EE.UU. y luego contra los Acuerdos de Asociación
con la Unión Europea (AdAs), en el Mercosur
la amenaza del libre comercio se restringió
a una cada vez más lánguida negociación de la
Ronda de Doha en la Organización Mundial del
Comercio (OMC).
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