Dado que las elecciones que se celebrarán el próximo 12 de octubre en Bolivia parecen tener definido un ganador claro, el candidato del Movimiento Al Socialismo (MAS) Evo Morales, y la única duda es si se alcanzará un porcentaje de voto similar al de 2009 (64%) que permita retener la mayoría de 2/3 en la Asamblea Legislativa Plurinacional, parece pertinente comenzar a pensar en la nueva legislatura y los retos que enfrenta la revolución democrática y cultural en Bolivia.
Una vez deshecho el empate catastrófico, provocado por haber llegado al gobierno pero no tener el poder, en el que se sumió el país durante los años del proceso constituyente 2006-2007-2008, el proceso de cambio ha avanzado por el camino del posneoliberalismo, recuperando el Estado y redistribuyendo la riqueza. Sin embargo, sabiendo de dónde venimos y lo logrado, parece necesario detenerse a analizar hacia dónde vamos.
Sin ser determinante, no es un buen síntoma que se haya apostado por un cierto pragmatismo en la confección de las candidaturas a diputados/as y senadores/as. Si bien hay candidatas jóvenes menores de 30 años que vienen de la militancia y ofrecen la garantía de seguir trabajando para profundizar y radicalizar el proceso, se han incorporado candidatos que se encuadran en un arco que va desde la izquierda lightberal hasta la derecha reciclada, y siendo cierto que ahora que las cosas van bien se declaran masistas, no ofrecen ninguna garantía de que se vayan a quedar defendiendo el proceso si las cosas se complicaran. Hay que ir más allá de la hegemonía relativa construida a partir de pactos políticos por fuera del núcleo duro de los movimientos sociales, y construir una hegemonía real, que solo puede, como nos enseñaba Gramsci, ser cultural.
En cualquier caso el proceso enfrenta a partir de 2015 la necesidad de consolidarse, con la ventaja de la estabilidad política y económica de la que goza, y la primera señal que debe dar es la de un nuevo ejecutivo fuerte, donde se prevé un cambio cuasi total del gabinete de ministros/as, que encare el reto de seguir gestionando el proceso de transformaciones que vive Bolivia y su aplicación en políticas públicas.
Todo ello en un momento trascendental donde no hay posibilidad de reelección de Evo en 2019 salvo reforma constitucional, que sería aconsejable hacerla en la primera etapa de la nueva legislatura, aprovechando el impulso de la victoria de octubre. Una vez garantizada la reelección de Morales, la apuesta debe ser la profundización y radicalización del proceso, a la vez que en constante tensión y equilibrio se seduce de nuevo a una clase media a la que no le llegan los efectos de la redistribución de la riqueza en la misma medida que a los sectores populares y del campo.
Y junto a la clase media, el otro objetivo del proyecto político del nuevo bloque histórico en el poder deben ser los jóvenes. Jóvenes que en 2019 acudirán a votar por primera vez habiendo nacido durante la Guerra del Agua y dado sus primeros pasos durante la Guerra del Gas y la primera victoria del MAS en 2005 ; jóvenes que no habrán conocido el neoliberalismo ni sus efectos devastadores ; jóvenes que dan por hecho la presencia del Estado y la redistribución de la riqueza. Esos jóvenes, que se entrecruzan con el sector de la clase media, son los que se debe seducir con un proyecto actualizado pero que no pierda la esencia del proyecto original, y que siga sólidamente sustentado sobre la conducción política del movimiento indígena originario campesino.
De manera paralela, reducir la extrema pobreza a 0 al mismo tiempo que se logra un 100% de cobertura en agua potable, electricidad o saneamiento básico, profundizar la nacionalización e industrialización al mismo tiempo que se da paso a una tercera fase de diversificación productiva con base en la soberanía sobre los recursos naturales, de manera complementaria a la soberanía alimentaria o tecnológica, conjugar el derecho al desarrollo con los derechos de la Madre Tierra y una nueva visión de las relaciones internacionales bajo el paradigma de la Diplomacia de los Pueblos, son pilares fundamentales de la Agenda Patriótica 2025, hoja de ruta para la transición al socialismo comunitario bajo el horizonte del Vivir Bien.